MEMORIAS DE MI PUEBLO:
Pampacolca
I
La Luna por las noches se
desnuda
dejando libre ruta a los dorados
ríos
del inmóvil padre Sol día tras
día;
pósanse sus besos inaudiblemente
desnudos
despertando nuevos
amanaceres;
en los duros blancos
pechos,
una vez más, aunque no nos
guste
su música tocarán contra el
viento y marea
ambos dioses vuelven y
volverán.
¡Así es la
historia!
II
Desde un ayer
milenario,
las anegadas lágrimas de la Luna
y los amores solares
dan sentido a las cosas no por
el orden jerárquico,
sino por el
significado,
exponiendo no todo lo que se
piensa,
sino lo que se hace y
dice,
escribiendo el odio de los años
idos
en tu corpulento cuerpo de hielo,
¡oh gran
Coropuna!,
enseñando que la muerte no llega
con la vejez,
sino con el
olvido,
así el portentoso Sol nunca
envejece,
siempre está
enamorado,
soltando sus inmensos ósculos a
su debido tiempo.
¡Hay que desear,
querer!
III
¡Qué equivocados están los que
se han ido! Ya que vives.
¡Qué increíble modo de estar
vivo!.
Cualquiera diría que estás
muerto en una caja parda-blanca.
Pero, la verdad , es que estás
vivo: en cueros;
eres la encarnación del
cariño,
demuestras que se ama porque
se muere
y nos enseñas que se
muere
porque nunca se sabe amar lo
suficiente,
siendo, como
eres, fuente de ríos,
amante de su cauce, sus
piedras, sus peces,
sus árboles y aún de la aves
de las altas cumbres
que no encuentran su hogar
en pequeñas serranías,
sobreviviendo como cantantes
de música
y productores de bailarines
al unísono,
grabando los silbidos de los
vientos álgidos de tu zénit,
conjuntamente esperando
celebrar a coro
las memorias inscritas en el
nadir de la historia de tus hijos.
¡Hay que querer
creer!
IV
Todos quieren estar en la
cima,
pero tú, que la
gozas,
manifiestas que la verdadera
alegría
está en cómo
disfrutar,
compartir lo que viene de
las cúspides
y hacer que tus declives
sean hospitalarios,
en una unidad portentosa
entre la cumbre más alta
y la caída más
baja,
entre el firmamento azul,
las montañas
y los abismos misteriosos y
oscuros de los mares,
realidades en las que Dios
se manifiesta hermosamente
como el Sol y la
Luna,
dándonos la
libertad
y el derecho de levantar a
los de abajo
para que nosotros mismos,
libremente
nos alcemos hacia el
vértice
de donde supuestamente nos
caímos y venimos.
¡Sin querer creer la gloria
es inerte!
V
No me olvido el manto
albeado de madrugada,
alzándose de las
profundidades,
empujado por un viento
helado.
Te siento eponchado de ese
velo blanco,
perpetuo, cirniéndose muy
ligero,
conmoviendo a los
huertos,
a los nidos de tus llanuras
y valles floridos,
rechazando la risa cuando se
odia,
la amistad que agazapa la
muerte,
la esclavitud de los humanos
simulacros cuando se ama,
el flagelo de las espaldas
del que quiere vivir
y servir libremente al decir
que se tiene caridad y perdón,
el pisotear furiosa y
soberbiamente a los vencidos
cuando se cree que se tiene
la humildad indescifrable del Niño Redentor,
quien protege y palpita en
las aguas,
truenos,
vientos,
nubes color de
tierra,
en el derrotero de los que
sufren porque aman
y en aquellos que se ríen y
bailan porque odian;
cíclicamente existes y
terminas
en las simas
silenciosas,
azules, de las
aguas.
¡Hay que tener
fe!
VI
Tus hijos ¡oh
Coropuna! son
protegidos
por tus
hermanos Ampato, Sabancaya, Hualca
Hualca,
Huarancante, Chachani,
Calcha, Sara-Sara,
Firura, Pichu Pichu,
Mistí,
que contiene este último
licores de madrugada por su forma,
y el Mismi, que derrama sus
aguas
hacia dos cielos azules: el
Atlántico y el Pacífico,
inaugurando la selva
amazónica,
oxígeno del globo
terráqueo,
dando
a los páramos océanos de
vida;
las nubes de
plata seguirán
soltando
gotas bailadoras en los
tejares del día,
entrelazando
anhelos nacidos por la
armónica
disposición orgánica
dirigida por todos los dioses.
¡Hay que tener fe
comunal!
VII
Verdad
es,
otros llegaron a tus
suelos
sin ser
invitados;
salieron, sin
conocer,
cortando
esquinas;
las espinas que encontraron
en su jornada
pronto se convirtieron en
cielos de oro,
haciendo sangre de este
regalo del Dios Wiracocha,
todo
ello ¡hay que rogar a
Dios! sin saber,
como perdidos en el paraíso,
lo que se hacía.
¡Tener fe es saber
perdonar!
VIII
Buscando
ubicación,
hallaron
portentosas
y no imaginadas
sorpresas
de grandezas
naturales,
de habitantes extremadamente
confiables,
pareciéndoles a los
visitantes nobles salvajes
y era así porque sí sabían
lo que decían,
aunque ¡voto a
Dios! no entendían lo que
hacían.
¡Ser humanos nos manda
perdonar!
IX
Enterados de la
supervivencia de los aborígenes,
no tenidos por
efigies,
soltaron montañas de amistad
convincente,
los naturales sin malicia y
descuidados
se entregaron al cuchillo
gélido de la traición,
de la
mentira,
de la
crueldad,
del abuso y
terrorismo,
a eso que se sigue llamando
evangelización
¡oh gran
civilización!
que para los nobles salvajes
fue y es sufrimiento,
espinas,
destrucción,
enterramiento,
todo porque ¡Dios
mío!
los evangelizadores no
sabían lo que hacían.
¡Hay que perdonar para
existir!
X
Las esperanzas congeladas
por lo agreste del rincón andino
y el frío de tus alturas
algún día no muy
lejano
harán que se retorne al
Contisuyo, recordando la vida
sin envidia y compartida de
los pueblos Maucallacta,
Huacllapunco, Llahuallayoc,
hermanados todos en el Tahuantinsuyo.
La vida se entenderá y
tendrá sentido como la tuvo
bajo el manto del gran
hermano Mayta Capac.
Volveremos al antiguo estado
donde habrá libertad de expresión,
religión, lengua,
comida,
vestimenta, libre de la
tormentosa codicia,
opresión, egoísmo,
miseria
y la fantasía del
lucro,
enmendando el genocidio y el
etnocidio
que se introdujeron con la
cruz y la espada.
¡No hay vida sin
querer!
XI
¡Oh añorada Pampacolca por
mi bien recordada,
dulce y alegre porque los
vientos bailan en tus laderas
y las lágrimas solares hacen
que el grandioso Coropuna
suelte ríos de vida por
conductos subterráneos,
por tus quebradas y
llanuras,
por tus cuestas y
campos,
por tus vergeles y
dunas!
Añorado pueblo
mío,
en mi ausencia siempre
mastico
la esperanza de volver a tus
estancias
donde tus innumerables
estrellas
se hacen racimos de
vida.
¡Sin esperanza no se
vive!
XII
Desde aquí te
siento,
te abro empujado por los
recuerdos,
tus huellas incrustadas me
bañan,
en silencio me retornan cada
instante
al solitario caminar en tus
calles,
en tus
campos,
a tus sembríos
de trigo, a tus desvelos
en sinfonías trenzadas que
los pájaros cantan alegres
al unísono y en familia. No
me olvido el caminar
por tus cuestas donde tus
piedras colgadas del cielo parecen.
No se me quitan de mi
cuerpo tus balnearios
de esas hermosas quebradas,
el clima protegido
por tus majestuosos cerros
encajonando
un sin par de árboles
frutales, ambiente aromatizado
por higueras, eucaliptos,
olivos, sauces, molles,
inolvidables jerjos
silvestres, membrillos diversos,
grandes perales, duraznales
y pacaes
que con su dulce algodón,
cubriendo su corazón,
endulcoran los sedientos
cuerpos
mitigando improvistos
males.
¡Ni los males ni el dolor se
sienten cuando hay cariño!
XIII
Portentosas son las huellas
absorbidas en mi infancia
cuando los gallos rompían el
oscuro silencio nocturnal
con su cantar melodioso, mis
pies titiritando
del frío más
congelado buscaban
ansiosos
el calor de los destellos
solares.
Y si el gran Sol no nos
hablaba,
las piedrecillas se hacían
peloticas
todo para calentar los
yertos tobillos
y los derroteros se
convertían en canchas de fútbol inesperadas.
Y en las nubes transparentes
del recuerdo
la escarcha helada muerde
todavía la pantorrilla,
el dorso, las
manos, y el rostro helado.
¡Alegría en mis penas, oh
pueblo recordado!
XIV
El paisaje
fascinante,
grandioso, espectáculo
reconfortante en la vida anímica y a los ojos,
como una magia y encanto
geográfico
junto con la mole imponente
del quietecito Coropuna,
sigue centellándome en las
diurnas nubias silenciosas de mis noches.
Imposible olvidar esos
monumentales cerros conmovidos
por la alegría dolorosa de
los amantes del Señor de la Peña de Yato
cargado por tres días bajo
el océano de los amores solares
del caluroso enero
por hombres cansados de haber
viajado
desde enormes distancias
acompañados
por las inclemencias
inquisidoras del espacio y tiempo.
Aún repiquetea el sonido de
los cohetes
rompiendo la placidez del
viento
como también los hercúleos
corazones
que no podían contener su
canto en lágrimas
por acompañar al acto
redentor de Cristo crucificado
hecho piedra en la cascada
encontrado por un niño.
Nadie se olvida esa guinda
color a vino al ocultarse
y al salir el astro del
abrigo, esos caldos de pollo
y ese olor a pan recién
horneado
penetrando las cuerdas del
cuerpo hasta el estómago.
¡Divino es cuando se cumplen
las necesidades humanas!
XV
Los hilos de la memoria
mantienen asimismo candente
el flolklore diverso
amamantado en los más lejanos ayeres,
musitan los sonidos de las
cuerdas que celebran
con tonos ululantes de quena
y tambores de júbilo carnavalesco.
Recuerdan cristalinamente el
esperpento corporal de jóvenes
visitando de casa en casa
donde los anfitriones
despójanse de manjares
sabrosos y bebidas deliciosas
para calentar los cuerpos y
seguir dejando recuerdos
en los multidomicilios
visitados con hospitalidad angelical.
Hay que alegrarse por la
dureza retentiva del ser humano,
peculiaridad que me liga al
omega de la dignidad,
de la realización personal,
a ver el trabajo como un honor,
al maestro como un amigo
sincero y leal,
teniendo a Jesucristo como
el profesor modelo,
amándonos para florecer como
las estrellas en el cielo.
¡Recordemos que Jesucristo
manda perdonar!
XVI
Aunque las malas lenguas
fustigan
como coros de glaciales
vientos,
aún imprimo más tus huellas
en mis calles,
en mis piedras
solitarias,
en mis lagunas de
flores
que proclaman tus
árboles
que se grabaron en mis años
idos,
siempre como arroyos
fraguando mi existencia.
¡Portentoso don es perdonar
y ser perdonado!
XVII
Hay que creer: el
Tahuantisuyo romperá argollas,
la servidumbre de nuestros
congéneres está escrita
en el hielo de esa gran
cadena andina,
recordando las gigantescas
colcas refrigerantes,
tus hermanas ¡oh añorada
Pampacolca!.
Los rugidos portentosos de
ese gran valle de volcanes
volarán desde los
precipicios,
abriendo océanos de
vida,
celebrarán tus hijos
nutriéndose en sus propias fuentes;
la solidaridad y
hermandad
soñadas en la lejanía
involuntaria
por Juan Pablo Viscardo y
Guzmán,
hijo tuyo,
triunfarán.
¡Lo sueños nos hacen lo que
somos!
XVIII
Hay que
esperar. Los versos de Manco
Capac
penetrarán los vientos
frígidos;
la
reflexión, entendimiento,
libertad,
hermandad, crecerán, como
lirios, en un jardín;
Pachacámac destruirá la
inventada anonimidad del Perú andino;
los hijos de la “Perla del
Coropuna”,
donde quiera que la Fortuna
nos lleve
cantaremos y recordaremos
que Pampa-Collque,
Pampa-Corca o Pampa Colloque
o Papa-Collca
convertida en
Pampacolca
volverá a ser despensa y
granero de esperanzas,
de
solidaridad,
de
vida.
¡Somos lo que queremos
ser!
XIX
El Sol y la Luna tienen
significado:
las cuatro estaciones
ordenadas andan;
el misterio empieza a
desenredarse,
el existir se ha enriquecido
del sufrimiento,
pronto las tinieblas
desaparecerán;
las heridas gélidas y la
maldad congelada
con diligencia tendrán
antorchas,
hay que esperar son gritos
de las cuencas del Colca,
los cóndores empollan
luz,
sus alas cubrirán jubilosas
los abusos, la tristeza,
los ríos de los ojos a que
fueron expuestos.
¡Los dioses también
esperan!
XX
Los haravicus
(poetas),
los hahuarikus
(narradores)
y los sabios (amautas)
cantarán
la heroicidad en quilca, su
idioma,
revelando el
misterio
de la vida enriquecida por
la derrota,
el
sufrimiento,
la
persistencia,
y finalmente, como toque de
quena o sonido del aire,
la
salvación.
¡Nosotros y los dioses nos
soñamos!
XXI
La libertad se observará con
dignidad,
el pan dejará de ser
limosna,
el trabajo será
humano,
el orden blasonado por el
viento,
las
aves,
las
nubes
y los
ríos;
la autoridad será servicio
sin límites,
la justicia mensurada por la
bondad y el beneficio,
la juventud el oro bien
labrado,
la educación una cooperación
de todos,
el amor
medido,
sin
contratos,
por el bienestar del
otro,
la amistad una agencia de
gratitud y lealtad,
se volverá a respetar la
verdad,
el robo fracasará, el
trabajo será deber y no castigo,
las huacas dejarán de ser
demonios,
la sangre por un lado y el
fuego por otro,
inexplicables y extraños a
los ojos de todos tus hijos,
despertarán nuevamente el
deseo de obrar bien,
de ser gratuitamente
generosos,
agradecidos,
sufridos.
¡Dónde hay uno o más, hay
piedad!
XXII
Sólo hay que
esperar,
el Hacedor Viracocha
recuperará su oro.
La sangre hecha viento de
Tupac Amaru
y el dolor transido de
angustia
y añoranza de Viscardo y
Guzmán regarán
y arderán desde sus
fosas,
alumbrando, como el
oro,
el renacimiento del gran
imperio incásico,
terminando la
vidainhumana,
antihumana
de los nobles
salvajes,
volviendo a dialogar con las
nubes,
las
estrellas,
el
sol,
las
aguas,
quemandola evangelización por la fuerza,
configurando la palabra en
una libre morada humana del ser,
donde nuestra única
responsabilidad será vivir la vida buena,
en plena libertad, todo así
tendrá sentido y orden,
habrá luz, vida divina, eterna
felicidad.
¡No hay que esperar más, somos
caridad!
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