Veo a los autodenominados agnósticos desconfiar de la religión. También veo a los costeños
burlarse de las creencias de los pobladores primitivos de nuestra selva y a gente culta criticar
las festividades tradicionales del pueblo andino, como la peregrinación anual al nevado Ausangate
en el Cusco donde hacen pedidos a los apus al ver salir el sol. Habiendo recorrido buena parte de
mi país he aprendido a ver lo que está detrás de los mitos y leyendas y me puse a anotar lo que
recogía. Después me puse a buscar información sobre el tema, y hace unos diez años lo reuní todo y
lo compilé en un solo esquema del que hice un compendio coherente y luego preparé un documento que
publiqué en un diario de Lima.
Buena parte de mis relatos mantiene hoy su vigencia. Me aventuro a creer que el violento
enfrentamiento que hace unos años se dio en Bagua entre nativos de ahí con la policía, estuvo
condimentado con mitos de autodefensa de los nativos. Igual podría estar pasando con las
comunidades campesinas que hoy se adhieren a las posturas antimineras. Políticos, con ONGs extranjeras, arrastran a
campesinos pobres que de seguro tienen mitos de autodefensa que alimentan sus
andares.
En fin, la mitología ha estado enclavada en muchas partes y ha sido y es fuente de acción
para muchas cosas.
He resumido y actualizado el documento que hice tiempo
atrás sobre los mitos y lo adjunto a
este correo.
Mitos y
Leyendas
Existe la creencia que mito es
sinónimo de mentira. Nada más falso. Los mitos no son sino relatos tradicionales adornados
con fantasías de la época. Adornos que no solo no los destituyen sino que contribuyen a
hacerlos asequibles a las masas. Tomemos el relato de Adán y Eva como origen de la humanidad.
Dios crea todo el universo en los primeros cinco días, en el sexto a todos los seres vivos,
incluyendo a Adán que lo hace de arcilla y le sopla vida; finalmente le saca una costilla con
la que hace a Eva. En el séptimo día descansa. Todo esto es un mito pero si le prestamos
atención podemos identificar la formación de la
Tierra, la aparición de la vida, la evolución de las
especies y el surgir del hombre. Que el tiempo esté dado en semanas en vez de millones de
años es la fantasía, pero tengamos presente que en esos tiempos no conocían el método de
potasio-argón para determinar la edad de las rocas, ni el del carbono 14 para la materia
orgánica. Es más, este mito implanta el ¡descanso dominical! Otro tanto pasa con los Diez
Mandamientos que no necesariamente vienen de dos tabletas de piedra, sino que recogen
principios éticos de generalizada aceptación que hasta hoy
mantienen.
Vemos, pues, que los mitos
asisten el acceso a verdades para el hombre común y corriente pues están expresados en formas
que le son familiares. Es un modo didáctico de educar.
Los griegos eran eximios
creadores de mitos y con ellos divulgaron su trascendental cultura. El poeta Hesiodo nos
cuenta que el Titán Prometeo le juega una mala pasada al dios Zeus que lo castiga escondiendo
el fuego lejos del alcance de los hombres. Prometeo, no obstante, se roba el fuego y lo
retorna a la Tierra. Zeus lo sanciona encadenándolo a una roca adonde envía un águila a que le
coma el hígado, el que le vuelve a crecer y se lo vuelve a comer. Ilustra, así, el castigo
eterno que después recoge el Cristianismo con el infierno.
Yendo a algo más cercano vemos
que entre los aguarunas del alto Marañón hay un mito similar. Cuentan que en un tiempo no
conocían el fuego, ni la yuca, ni el plátano y padecían de hambre y frío. El único que los
tenía era el atroz gigante Iwa. Hasta que un buen día, el picaflor Jémpue y la paloma de
monte Yampits, decidieron cambiar las cosas. Se echaron en un camino donde fueron encontrados
por las mujeres de Iwa quienes los llevaron a casa del gigante para calentarlos y nutrirlos,
y para eso a uno lo pusieron junto al fuego y al otro lo alimentaron con semillas. Jémpue
encendió las plumas de su colita, salió volando y llevó el fuego a los aguarunas, mientras
que Yampits retuvo las semillas en su buche, salió también volando, y las regurgitó donde los
aguarunas que las plantaron y cocinaron su comida.
Tanto en la antigua Grecia como
en la selva peruana supieron que el uso del fuego fue un hito substantivo en el desarrollo
humano. En el caso nuestro también se recalca la aparición de la agricultura que substituye a
la recolección de frutos y que es otro paso hacia el progreso.
Pasando a la parte espiritual es
útil recordar el mito de Sísifo rey de Corinto que le hizo una triquiñuela a Zeus que lo
sanciona con una curiosa labor. Tiene que empujar una gran peña esférica cuesta arriba de un
cerro, sólo para que al llegar a la cima la vea rodar hacia abajo, de donde vuelve a subirla
y así indefinidamente. En 1942, Albert Camus hace un ensayo en el que le pregunta a Sísifo
qué es lo más duro de su castigo. Y responde así: subir la piedra es un trabajo físico
insoportable, verla caer después de tanto esfuerzo es decepcionante, pero lo más duro es
encontrarle sentido al volver a subirla. Se ilustra de este modo el absurdo de la existencia,
aspecto medular del Existencialismo, corriente en boga en tiempos de
Camus.
La minería del oro y la plata fue
la principal actividad económica durante la
Colonia y es por ello que el folclore local elaboró
mitos en torno a ella, entre los cuales resalta el Muki, el espíritu de las minas, un
duendecillo que conoce los tesoros subterráneos. Anda vestido de verde y en la cabeza lleva
dos cuernos pequeños que le sirven para horadar la roca y encontrar las vetas. Carga una
lámpara de minero y ciertas veces aparece vestido con esa indumentaria. Si bien el nombre
Muki viene del quechua Mukiq que es asfixia, por los gases en las minas, todo parece sugerir
que es un mito creado durante la dominación española y en reacción a ella. Los precolombinos
no trabajaban minas subterráneas al no tener ni acero ni pólvora. Los metales los conseguían
de lavaderos en los ríos y de afloramientos de ricas vetas.
El Muki es un ángel de la guarda
creado para soportar las duras faenas en las minas que el mito denuncia.
Felipe de
Lucio
Año
2001
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