Confío en que esta reseña
interese no solamente a los mineros, también a gente de Trujillo, de Pataz, y a todos aquellos
que les guste saber cómo eran las cosas antes.
las
minas de ayer
En septiembre
se realizará en Arequipa Perumin 2011, el mayor congreso minero de Sudamérica que
reúne a miles de mineros de todo el mundo y allí se
verán las más avanzadas tecnologías de la industria para entregarlas en sus centros de trabajo.
En vista de ello y desde ahora envío a los miles de jóvenes que asistirán, un relato de cómo era
antes la minería en el Perú.
Mi abuelo se
graduó de ingeniero de minas en 1889, y al comienzo del siglo XX, estando en Parcoy, envió a su
cuñada en Lima una carta que guardo y que ilustra en cierto modo el avance de la tecnología.
Está fechada en 1903. Le pedía que le comprase en la Librería Francesa en la Calle de La Merced
en Lima una tabla de funciones matemáticas puesto que había perdido la suya. Paso a hacer un
recuento de la misiva para ilustrar lo que hace un siglo tenían que hacer los ingenieros de
minas peruanos.
Salía andando
de la Plaza de Armas de Lima con los bultos de viaje en carreta jalada por caballo hasta la
plaza Meliú donde estaba la estación del ferrocarril al Callao. Esa plaza era una pequeña parte
de lo que ahora es la plaza San Martín y la estación del tren estaba al frente de lo que hoy es
el Club Nacional. En el Callao se alojaba en el Hotel Península, en la esquina de lo que eran
las calles de General Gamarra con General Velarde, cerca de lo que ahora es el Club de Regatas
Unión, ya que el tranvía eléctrico pasaba por ahí. Después de un par de días tomaba el vapor al
norte que paraba en cuanta caleta había ya que en esos tiempos era la vía de comunicación entre
los pueblos de la costa. A los cinco días llegaba al puerto de Salaverry y de allí, en el
ferrocarril que esperaba la llegada del vapor, iba a Trujillo donde se alojaba en el Hotel de
Eugenio Callegari junto al Liceo Santa Rosa y a dos cuadras de la Plaza de
Armas.
Dedicaba tres
a cuatro días a proveerse de vituallas en el almacén de Marcial Acharán en la Plazuela de El
Recreo cerca al Correo Central y también a diligencias en la Delegación de Minería. En
ferrocarril iba a Laredo y como había telegrafiado a los señores Chopitea, dueños de esa
hacienda, le esperaban allí los caballos que había contratado desde Trujillo.
Pernoctando
en Shoren, en dos días llegaba a la Hacienda Yanasara de los Pinillos Montoya y proseguía a la
Hacienda Aricapampa de la familia Valdivieso de donde bajaba al Marañón que cruzaba en oroya
para hacer noche en Chagual, cubierto en tul para protegerse de la uta y de la malaria. Subía
por el valle del río Parcoy y pasando por Trapiche, la Hacienda de la Testamentaría Cisneros,
llegaba a Retamas donde estaba el campamento minero que lo alojaba. Había pasado veinte días
desde que salió de su casa en la Plaza de Armas de Lima.
En uno de sus
viajes entre las minas de ese notorio distrito aurífero que es Parcoy y bordeando un acantilado,
su mula de carga resbaló y rodó a un profundo cañón llevando sus libros de cálculo. Sin las
tablas matemáticas era imposible hacer la topografía que era y es tan esencial a la ingeniería.
Si su viaje a las minas le tomaba veinte días es de pensar que al correo le tomase igual y con
la vuelta e incluyendo el tiempo en comprar los libros, bien puede haber sido mes y medio de
sosegada espera andina.
Esas tablas
de manejo tedioso que también yo tuve que soportar en tiempos de insoslayable relevo, han sido
reemplazadas por una calculadora de mano que hoy cuesta veinte soles y que además hace cien
cosas más.
Hoy, en las
minas de nuestras desoladas serranías, cualquier ingeniero llama con su celular o fono satelital
a sus familiares en Lima o a cualquier colega en Canadá o Europa, pero sólo para desearles un
buen día, ya que si requiere de función matemática alguna sólo tiene que abrir su laptop. Es
más, ni siquiera necesitará de función natural alguna ya que los instrumentos le entregan
directamente las coordenadas o las puede tomar con su GPS.
La ingeniería
viene avanzando a pasos impredecibles, lo que lleva a pensar que seguirá haciéndolo y de seguro
a mayor ritmo. A cincuenta años de hoy los jóvenes ingenieros estarán ya jubilados y viendo
maravillas que en el año 2010 eran impensables.
Esta reseña
pretende brindarle a los jóvenes de hoy una idea de lo que tuvieron que hacer sus bisabuelos
para que ahora a ellos les vaya mejor.
Felipe de Lucio
Pezet
Año
2011
Felipe de Lucio
Morla. Pataz
1903
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