Esta nota va en memoria de Menssen Janssen, uno de los seis de La Molina, que ya no
está.
Evolución de la Enseñanza
El curso de topografía
que llevé en la Escuela de Ingenieros en los años 50 incluía una práctica de campo en unos
cerros pelados detrás de La Molina. Formábamos cuadrillas de a seis y con los instrumentos que
nos daban hacíamos una triangulación sobre un área de unas 15 hectáreas, colocando allí los
accidentes topográficos que hallásemos y todo lleno con las curvas de nivel pertinentes. Había
que cargar cerro arriba las cajas con el teodolito, el nivel, las winchas, la mira, los jalones.
Colocábamos en el piso una estaca de palo con un clavo al centro. Armábamos el trípode,
enroscábamos encina la base del teodolito del que colgaba una plomada que debía coincidir con el
clavo en la estaca. El lente del teodolito era removible para ponerlo primero en un sentido,
luego en el otro y hacer la debida compensación. Después de eso, había que nivelarlo con los
niveles de burbuja y ya estaba listo para usarlo.
A continuación uno se
iba con la mira a un montículo cercano y otro con un jalón a otra peña. Se enfocaba al uno y al
otro y se apuntaba el ángulo horizontal que los separaba. Luego tomábamos la wincha para medir
la distancia entre la estaca bajo el teodolito y otra igual que se había colocado bajo la mira.
Se apuntaba esa distancia en la libreta y de inmediato pasábamos a hacer la corrección por
catenaria. ¿Y qué era eso? Pues nada, lo que pasa es que por más que temples la wincha ésta no
está horizontal sino algo ‘bombeada’ haciendo una curva que los matemáticos han llamado
‘catenaria’. Y ¿por qué ese nombre? Es los romanos ya se habían percatado que al estirar una
cadena, catenarĭusen latín, ésta
formaba una curva a la que le pusieron ese nombre.
Esa era la labor para
un punto del terreno a medir. De ahí a cargar con todo el equipo a otros puntos y repetir la
tarea. Terminado el trabajo de campo que lo concluíamos en unos tres días, a casa.
Ya en escritorio, con
lápiz y papel en mano, nos echábamos a hacer los cálculos matemáticos. Logaritmos, funciones
trigonométricas, permanentes consultas a las tablas
‘six place’, y aritmética, sí, aritmética. No teniendo calculadoras de mano ni nada, teníamos
que sumar, multiplicar, a pulso, lo mismo que sacar la raíz cuadrada, la raíz cúbica, y todo
sobre papel, de preferencia con lápiz, pues al detectar un error, que eran frecuentes, había que
borrar. Terminados los cálculos sobre rumas de papel que había que guardar con cuidado pues todo
nuestro trabajo estaba allí, empezaba la hechura de los planos.
Sobre papel Canson a
‘plotear’ los puntos, unirlos con líneas trazadas con escuadras, los círculos con compás, los
ángulos con transportador, un escalímetro triangular a la mano, todo a lápiz, y cuando el dibujo
estaba oleado y sacramentado, a pasarle tinta china encima. Dos ejemplares del plano, idénticos,
uno para entregarlo y el otro para nuestro archivo pues no existía la copia ozalid.
El informe escrito a
máquina con papel carbón para las copias, terminaba encuadernado en un elegante
‘folder’.
Cómo es ahora
Para hacer lo mismo
ahora basta con llevar al campo un GPS que en minutos te da las coordenadas geográficas de donde
estás. No tienes que apuntar nada. Llevas el GPS a un negocio que se encarga de estas cosas y te
imprime el plano a la escala que quieras y con cuantas copias pidas. Además puedes pedirle una
foto satelital de Google Earth y ahí verás a colores el
mismo cerro donde hace 50 años, con seis amigos te pasaste dos semanas trabajando
duro.
Les adjunto dos
cosas:
La ecuación de la
Catenaria y foto de los amigos en La Molina.

|